Río Segura a su paso por Archena
Su paso era lento pero seguro, quizás algo cansado por
las experiencias vividas. Hacía ya cinco años que había regresado a su pueblo natal,
por fin estaba allí, recorriendo nuevamente sus calles como antaño, cuando era
un jovenzuelo.
Los recuerdos se agolpaban en su mente, mientras se
dirigía hacia el puente, bajo el cual fluían las verdes aguas del río Segura, a
su paso por aquellas tierras. Por un momento, detuvo su camino, para poder
acariciar con la mirada, aquel paisaje querido, que tanto había añorado durante
los más de 20 años, que había vivido como emigrante en Argentina.
Dirigió sus pasos, al otro lado del puente, bajo por la
pequeña escalinata lateral, luego camino bajo el, posando sus pies sobre el
suave y verde manto de hierba junto al río. Cerró sus ojos y aspiro el limpio y
fresco aire de aquella mañana de abril en su amado pueblo natal, aquello le
hacía sentir una paz infinita, no exenta de añoranza.
Aquel pueblecito, su pueblito, había sido testigo de su
nacimiento, de sus primeros años de vida, de su primer amor, de sus tristezas y
alegrías de juventud. Recordaba a los que ya no estaban, a los vecinos con los
que compartió su vida, a su padres y otros familiares, a Rufina su gran amor, todos
los que reposaban ya en el campo santo.
Había regresado para quedarse, incluso había comprado
una casa donde pasar los años que le quedasen de vida, y cuando llegase su hora
y se cerrasen sus ojos, fuese su amada tierra lo último que con ellos viera, al
igual que había sido lo primero que vieron en su nacimiento. Deseaba ser
enterrado en su pueblo, que sus restos descansaran allí para siempre junto a su
gente.
Inclino la cabeza mirando el verde césped junto a sus
pies, mientras una rebelde lagrima rodo por su mejilla. Sus pies, no volverían
a pisar de nuevo aquella tierra, ni su piel, volvería a sentir la dulce brisa
de la mañana al nacer el sol, sus ojos, no volverían a contemplar aquel paisaje
o el azul de ese cielo, que parecía más azul, que en ningún otro lugar de la
tierra. Ahora ya todos sus sueños se habían roto como el frágil cristal. Todo
el país estaba revuelto, se avecinaban malos tiempos para su amada patria y él
tenía que marchar de nuevo a tierra extranjera, pero esta vez sería un viaje
sin regreso, la terrible enfermedad que consumía su cuerpo, no le iba a dar
mucho tiempo de vida y el moriría en un país que no era el suyo.
Seco la lágrima de su mejilla, respiro profundamente
aquel aire fresco, como queriendo llevárselo consigo en su viaje, ajustó el sobrero
sobre su cabeza y con cierto aire lúgubre, como el que va de duelo se alejó.
Río Segura a su paso por Archena
Imagino que pudo ser así como debió sentirse Vicente
Medina, cuando tuvo que dejar su amada tierra, sabiendo que su grave enfermedad
le impediría regresar algún día. No cumpliéndose lo que tanto deseaba.
“Cuando
mi horica llegue,
Quiero
morirme en mi tierra
¡verla
al cerrarse mis ojos
Y tener
mi hoyico en ella!”
( Vicente Medina Tomás)
De corte costumbrista, añejo, muy pegado al terreno, lo que se cuenta es muy triste, como triste debe ser sentir la alienación de la propia tierra al acabar tus días. Los emigrantes y exiliados lo saben especialmente.
ResponderEliminarMuy emocionante.
Lo compartiré desde aquí. Lo dicho ya, espero se solucione pronto lo del google +.
Un abrazo cordial. Buenas noches, Pridia.
Muchísimas gracias Nuevo viaje a Ítaca por tu apoyo. Un fuerte abrazo
EliminarPrydia:
ResponderEliminarMuchas gracias por darme a conocer a este poeta murciano, Vicente Medina Tomás. La brevedad del poema incide aún más sobre el dolor que le debió de suponer su definitivo exilio.
Un abrazo